lunes, 21 de febrero de 2011

Soy Laura, abuela. Soy Laura.


Dicen que sus ojitos se notan cansados, sin el brillo que siempre tenía cada que veía a alguno de sus hijos; a alguno de sus nietos.

Cuentan que permanece amarrada a los barandales de la camilla situada en el cuarto en el que hay más pacientes. Todos igual a ella. Todos pidiendo también irse a su casa.

Aseguran que sus relatos no tienen coherencia alguna con sucesos actuales, que no recuerda las caritas de los familiares que han tenido el valor de entrar a verla en condiciones tan tristes.

Justo ese valor es el que me ha faltado para poder entrar y platicarle todos los recuerdos que tengo de ella. Ambas hemos pensado siempre que no nos queremos y he tenido tantas ganar de decirle que ese pensamiento ha sido erróneo durante éstos veintiocho años.

"Que entre Laura a verla", decían las tías. Siempre me negué aunque lo que más quería era contarle que recuerdo cada cumpleaños de niña en el que sacaba de su prominente busto un rechoncho calcetín con mucho dinero para extraer del bulto quinientos pesos que servirían para hacerme tan feliz en aquellos tiempos.

Quería decirle que me maravillaban siempre esas historias que me contaba sobre las travesuras de papá sobre todo aquella en la que él simuló morirse de dolor por un zapatazo que recibió en el ojo por parte de la abuela y que después le daría tremenda chinga por haberle destrozado el corazón creyendo que había dejado tuerto a su chamaco.

No quise entrar. No quiero entrar.

Temo que en ese momento no sepa controlar mis emociones como usualmente me ocurre. Papá está deshecho y es comprensible. Es su madre.

Frustrante me resulta no poder acercarme para darle un abrazo o un beso porque siente compasión de mi parte y eso es algo que no ha podido nunca superar. Cuando pase lo inevitable, será todavía más doloroso no aliviar su pena con un "te quiero" como siempre lo he hecho cada que está triste.

No quiero entrar... Sólo quiero que siempre me recuerde, que sepa que soy Laura y que mi rostro se lo lleve a donde quiera que vaya...



6 comentarios:

la MaLquEridA dijo...

Mi madre decía ¨No hay que reír mucho porque alguien se va morir¨. Inevitablemente así era. Ocurrió cuando ella murió. Fuimos tan felices y se fue... se murió.

Ayer en la mañana estaba muy feliz porque si, porque ahora soy feliz hasta por esos comentarios que a ti no te gustan.

Era feliz solo porque si.

En la noche esa felicidad de convirtió en dolor. Hablar con la abuela para mi fue catalizador porque hice muchas cosas que nunca cuando estaba bien. Pero no importa que sea en estas circunstancias que lo haya hecho porque para mi fue liberador por todo lo que ha ocurrido con la abuela.

Ayer pude tocar los dos extremos de la vida Laura, la felicidad de estar viva y el dolor por lo de la abuela.

Siento haber sido feliz... lo siento.

Xavysaurio dijo...

Tu post se siente...

Y ya no puedo decir más sin temor a verme inmiscuido en sentimientos demasiado personales...

CállateTú dijo...

No te juzgo. Me da gusto que tengas amigos y que por fin hayas aprendido a sentir, má.

Xavi, agradezco el comentario. Supongo que lo que ahora deberé hacer es entrar y decirle que la quiero. Ahora para mí es una necesidad hacérselo saber. Abrazo.

la MaLquEridA dijo...

Ve con la abuela para que no tengas que cargar todo tu vida con un ¨Si hubiera¨.

Ya sentía desde antes, desde que nací en agosto del 81, sólo es otra clase de sentir.


Te amito Kiku.

La sonrisa de Hiperion dijo...

Encantador blog el tuyo, un placer haberme pasado por tu espacio.

Saludos y un abrazo.

Amaranta dijo...

Estoy viviendo algo parecido pero no igual, mi abuela (la madre de mi padre) está muy enferma, tanto que a veces pensamos que es mejor que se vaya al otro mundo. Yo salí de mi país y no le dije que me iba, sólo le dí un beso, pensando que no valía la pena retrasar mi viaje por su enfermedad, pues así como podía suceder algo al siguiente día, podía demorarse muuuchas semanas, meses y espero que no años.

Me duele no estar con mi papá en este momento.