martes, 21 de enero de 2014

Untitled

"Si no tienes nada que decir, entonces no digas nada".

Supongo que así también pasa cuando no se tienen ganas de ponerle nombre a las cosas. No hay por qué bautizar todo.

Horacio me hizo llorar mucho alguna vez. Llegué muy afectada a casa. Mamá me abrazó fuerte, no me dijo nada, sólo me estrujó tanto que aún siento sus costillas encontradas con las mías, en un acto que no se daba frecuentemente.

Nunca necesitó decirme nada para que me sintiera mejor. Bastaba un abrazo, una caricia, bastaba con que pasara sus dedos gorditos y blanquitos, suaves, a través de mis rizos azabache. Un beso. Era lo único que me hacía sentir bien.

¿Pasará lo mismo con ella? ¿Y si llego un día a su casa a abrazarla, a besarla, a pasar mis dedos a través de su pelito rubio?

"Todo va a estar bien". Sólo me aferro a ese enunciado y lo tatúo en mi mente porque dicen que ella, la mente, es muy poderosa.

Cuando te abrazo, mi hermosa pochita, cuando te beso, cuando te llamo a cada rato con la mente, es para hacerte sentir que todo va a estar bien.

Mis latidos son para ti. Eternamente. Te abrazo con ellos, con mi pestañeo, con cada suspiro.