lunes, 30 de agosto de 2010

A 29 años de los huacales.


No me vino a la mente así como así.


La idea de los huacales lijados y encerados para usarse como librero no es una de esas ilustraciones hippies que de pronto se meten en mi cabeza.


Mamá y papá no hablaban nunca de cómo se conocieron. Trataban de evitar a toda costa el tema, sobre todo mamá. Cada que le cuestionaba cómo fue que se hizo novia de papá me sacaba la vuelta. "¿Para qué quieres que te platique eso?", me preguntaba. "Nomás pa' saber. ¿Pos qué?", contestaba esperando una respuesta que se hacía cada vez más eterna.


Alguna vez, desnudando los secretos que se guardan profundamente en el corazón, mamá y papá comenzaron a platicar su historia, una historia que yo me había imaginado y que resultó ser diferente a lo que siempre pensé me llegarían a relatar.


Conceptos como perfección estaban siempre asociados en mi mente como parte fundamental de su relación. Error. Cuando me enteré que el abuelo catalán no quería a mi papá porque pensaba que su hija se merecía algo mejor fue entonces que dejé de verlo como el mejor padre que mi mamá hubiera podido tener.


Papá estaba convencido de querer a mamá por sobre todas las cosas. No le importó echarse encima al abuelo, él siempre ha sido de los que quiere algo mejor y al elegir a mamá no se equivocó. "En caliente ¿si o no, gorda?", le dice a su parejita cuando ya sin tapujos relatan lo sucedido hace ya 29 años.


"Lo único que hice fue tomar a tu mamá, preguntarle si se quería casar conmigo y cuando me dijo que sí, no hubo más", cuenta papá que sin temor a juicios enjuga sus ojitos para que las lágrimas no broten de la emoción. Así es él, transparente como yo.


Se casaron en una ceremonia que lejos estaba de la pomposa fiesta que yo pensaba. A diferencia del vestido blanco con crinolinas que yo tenía en la mente desde pequeña, mamá usó un modelo recatado, blancuzco, cubierta hasta el cuello. Las fotos no mienten. Su sonrisa lo decía todo: estaba contenta, feliz de que su príncipe gris hubiese llegado a su vida.


Según cuenta ella, su familia sólo asistió para ser testigo del enlace. No más. La abuela paterna fue quien acompañó a mamá en aquella fiesta que también añoró diferente.


Pese al abuelo, a la economía, a la afición por distintos equipos (eso también pesa, cómo no), a la familia... 29 años después pueden seguir contando su historia sin que nada les pase de largo.


Sonaré cursi, pero de a poco me han enseñado que buscar tanto el amor me ha llevado por el camino contrario. "Fácil es buscar. Fácil no encontrar"... Ella sabe a qué me refiero...


No tenían nada. Entre carpetitas para adornar los libreros que formaban los huacales y la modesta habitación costeada por papá, entre las luchas internas establecidas por ambas familias, entre los gallos y gallinas que correteaban en el patio...


Esos huacales, ahora, forman parte de mi enseñanza a vivir la vida, esa que desde hace 29 años decidieron vivir juntos...


No tenían nada más que huacales... Idea que de herencia han dejado a ésta que ahora pretende vivir su vida en una modesta habitación, tal y como lo decidieron ellos hace 29 años.

lunes, 23 de agosto de 2010

Amor en tiempos de huelga...


Ojos almendrados, cabellera larga y espesa, porte desenfadado, limpio. Pese a su aspecto juvenil despreocupado en el vestir, siempre olió bien.



Lo recuerdo más con aquella playera negra que le llegaba hasta las rodillas y que traía una calaverita multicolor con la palabra "Guanajuato" bordada a mitad del pecho.



Era mi hippie favorito.



Cuando entré a la preparatoria, Alejandro fue el primero que me llamó la atención y al que, por supuesto, jamás le gusté. Hasta donde sé, jamás fue así.



Con dentadura que aparentaba aún ser de leche, siempre tuvo una sonrisa blanca para mí. Nos conocimos echando una reta de básquetbol en las canchas que estaban en la parte trasera del estacionamiento de la escuela.



Tiempo siguiente me dio tips para no ser presa de las novatadas clásicas a los de primer ingreso en la UNAM. Compartíamos de vez en cuando algunas impresiones de Nietzsche (al que sigo considerando contradictorio en muchos de sus argumentos), intercambiábamos puntos de vista sobre la revolución, el movimiento estudiantil de 1968 ("clásica conversación entre estudiantes de escuelas públicas", dirán algunos) y pasajes de la vida de Monsiváis.



Debo admitir que nunca fueron conversaciones polémicas como las que a ambos siempre nos gustaron, pero nos divertíamos teniéndolas.



"Quiero estudiar filosofía", me contaba. No sé por qué nunca fue algo que me sorprendiera. Tal vez por ese tonto prejuicio que tenemos los seres humanos de calificar a las personas por su aspecto físico o su manera de vestir. Aunque sí, le atiné.



Hablábamos poco. Mi temblor en las rodillas, mismo que sólo se presenta cuando alguien verdaderamente me trae babeando las aceras, no me dejaba controlar el impulso de quererme lanzar a sus brazos así que procuraba tener el menor contacto posible y sólo verlo de lejos. Tonta.



Era 1999. El año de la huelga nos tenía descontrolados a todos. Elda y yo procurábamos estar al tanto de lo que pasaba con los asuntos políticos que inmiscuían a nuestra Universidad así que decidimos integrarnos al Consejo General de Huelga para conocer desde adentro todas las causas por las que nuestros compañeros universitarios luchaban intensamente (y algunas veces, debo también decirlo, sin justificación alguna).



De sobra está mencionarlo, pero en cada una de las marchas que se organizaban, Elda y yo estábamos presentes. Ahi conocimos a Miguel, de medidas exactas para nuestra pequeña corpulencia. Alto, moreno, estilizado, de rizos azabaches y sonrisa tremendamente perfecta. Vestía como guerrillero: pantalón y botas militares, chaqueta verde botella y playeras negras con leyendas o imágenes políticas.



A ella le gustaba más que a mi. Yo sólo tenía ojos para Alejandro.



Él también estaba metido en el movimiento así que el contacto era más frecuente que el de antes, aunque seguía con esa vergüenza que hasta la fecha me caracteriza. Prefería verlo de lejos, siempre.



Diez de marzo de 1999. Un mes antes de que estallara la huelga en la Universidad, comenzaron a organizarse subastas de besos. Una tontería que a muchos nos relajaba, por lo menos un par de horas.



Aquella vez, habían pasado especies de todos tipos. Altos, bajos, delgados, gordos, morenos, apiñonados. En ese mismo orden, todos (y todas, aunque la euforia femenina por la renta de hombres era más que la demanda de hombres por mujeres) se fueron con su premio.



"Un beso y todo un día de esclavitud, en beneficio, obviamente, del comprador (a)". ¡Vaya calamidad! Las autoridades de la escuela permitieron que se llevaran a cabo estas clandestinas maneras de comercializar gente siempre y cuando "no saliéramos a hacer disturbios a las calles aledañas a la escuela".



En esa primera subasta yo no podía estar en otro lugar sino en tercera fila, siempre pendiente de todo pero pasando desapercibida, tal y como me gusta, sin robar cámara más que cuando así sea necesario. Los reflectores para quienes los necesitan, yo no.



Habían pasado jóvenes guapos, los más cotizados de la preparatoria, justo para que la moneda no se agotara en chucherías que se vendían durante el evento. De pronto, cayó en un letargo y los rayos del sol estaban pesando sobre las cabezas de la muchachada que se dio cita en el lagartijero, llamado así porque era la única zona de la escuela en la que pegaba el sol.



De pronto, entre el aburrimiento y mi ensoñación, se escucharon gritos de chamacas eufóricas. Volteé para todos lados, tratando de descifrar el por qué de la gritadera. Y sí, Alejandro era el centro de las miradas. Pocas veces lo había observado de esa manera: apenado, con las mejillas enrojecidas, con la mirada perdida. Eso sí, la dentadura blancuzca a todo lo que daba.



Era el más atractivo de los huelguistas. Al menos para mí y para la bola de mujeres que gritaban como desquiciadas así lo era. Lo es.



"¡Comenzamos con diez pesos!" aseveró el subastador.



"¡Veinte!" Se escuchó por allá.



"¡Cincuenta!" ¡Huevos! -pensé- ¡Esa gorda lo besará y yo no!



"¡Cincuenta a la una! ¡Cincuenta a las dos! ¡Cincuenta a las...



"¡Setenta!" justo detrás de mí salió esa oferta.



En cuanto giré la cabeza, me di cuenta que Elda, Cristina, Elizabeth y Viridiana juntaban sus moneditas de la semana para intercambiarlas por un beso y un día de esclavitud... para mí...



Sin que me hicieran caso, sin que oyeran cuando les decía que no podía comprarlo porque lo conocía, porque le hablaba, porque me gustaba... me lo regalaron.



"¡Setenta a la una! ¡Setenta a las dos! ¡Setenta a las tres! ¡Vendido a las de la morralla!" gritó el vendedor.



¡Dios santo! ¡Es para mí! ¡Huevos, huevos, huevos! ¡No puedo levantarme para hacer tal ridículo enfrente de todos! ¿Cómo voy a justificar mi accionar luego de indicar que era demasiado bajo pagar para que alguien te besara?



Aún así tuve las agallas de levantarme y de plantarme frente a él. Cuando se dio cuenta que era yo, sólo esbozó una sonrisa de agradecimiento por salvarlo de ser besado por aquella chica pasada de flautas.



Puede que esos diez segundos hayan sido escasos para algunos, irrelevantes para otros.



A mi me dejaron una huella que hasta la fecha mantengo con recelo en mi corazón. Alejandro fue uno de esos amores imposibles que te dejan marcado.



Justo el viernes, entre mi poca lucidez para darme cuenta que a quien quiero no me quiere (otra vez) envié un mensaje para que alguien me sacara de ese hoyo en el que ando metida desde hace medio año.



-Necesito una chelita. ¿Tienes algo para hoy?

-Eje Central Lázaro Cárdenas...

-Ubícame por estaciones del metro. Estoy en Barranca del Muerto.

-Metro Obrera. Me llamas.

-¿Me darás asilo? En media hora salgo para allá.



Alejandro, de nueva cuenta, sacándome de mi letargo. Once años después...

lunes, 16 de agosto de 2010

Ya estoy en casa.

Pensé que la despedida iba a ser catastrófica.


Lo menos que creí era que me iba a encerrar en mi recámara y que no saldría de ahi para jamás separarme de mis papás, de mi hermanito, de mis perros.


No puedo decir que no se me salieron unas lagrimillas, la verdad es que no me pude aguantar. Todo fue tan rápido que no me di ni cuenta de cómo pasó.


Ya lo dijo alguien por ahi, es hora de continuar, de dejar atrás las inseguridades, es momento de que la vida me sonría y tal parece que esta es la señal de que así será.


Por lo pronto debo decirle adiós a mi manera pesimista de ver la vida, a mi actitud respondona y altanera a todo. Debo decirle hasta nunca a la incomodidad que me causa mi persona, a los miedos que no me han dejado avanzar, a la desidia que de unos años para acá me hizo su presa.
Dejé por fin el nido y pensé que me sentiría mal pero estoy a la expectativa de lo que la vida tiene preparado para mí. Lo único que quiero es eso, que me vaya bien.


¡Bienvenido, nuevo año! ¡Estoy aqui para ti!

miércoles, 11 de agosto de 2010

Nuevos bríos...


No pensé que algún día pudiera hacerlo.


La vez que me ofrecieron aquel trabajo en Guadalajara acepté sin pensar en nada. Dejé a mi familia y ese mes que estuve allá fue tan duro como el primer día en el que llegando a la solitaria y fría morada tapatía me vi inmersa en la soledad, tanto que quise de pronto empacar de nuevo y regresar a los brazos de mis papás.


Ahora la historia es distinta.


Estoy llena de miedo, de sentimiento por dejar de nuevo mi casa pero esta vez para siempre.


Es el nuevo comienzo que he estado esperando desde hace ya varios años. La vida me ha dado la oportunidad de iniciar una nueva etapa, de sacudirme la mala onda que ha estado rondando mi vida desde marzo pasado.


Llegó la hora de olvidarme de los traumas que me dejó la secundaria, de las inseguridades que me aquejan desde pequeña. Ya no correré a los brazos de mamita cuando tenga algún problema, no acudiré con papá cada que el dinero se acabe. Ya no veré llegar a mi hermano de trabajar ni sentiré las dulces y calientes lamidas de Benito y Babo.


Atrás quedarán los viejos amores, las decepciones, los malos tragos y el pasado turbio.


Y aunque tenga la recámara pequeña, sé que me irá bien. Presiento que será así...